Robert Walser

Su padre, Adolf Walser (1833-1914), era encuadernador y regentaba una papelería; su madre, Elisabeth Marti (1839-1894), trabajaba en el negocio de su marido.

En septiembre de ese mismo año se traslada a Stuttgart, donde vive su hermano Karl.

De 1897 data el primer poema suyo que se conserva, «Zukunft» [Futuro].

En 1898, gracias a la mediación del crítico y periodista Josef Victor Widmann –que sería una de sus mayores valedores–,[5]​ publica seis poemas en el suplemento dominical del periódico Der Bund, que aparecen firmados solo con sus iniciales.

Blei lo introduce en los ambientes de la revista, donde conocerá a figuras como Frank Wedekind, Max Dauthendey u Otto Julius Bierbaum.

[6]​ Aunque sigue radicado en Zúrich, Walser inicia una existencia nómada y pasa largas temporadas en otras ciudades, como Thun, Múnich, Berlín, Winterthur, Berna o Täuffelen, en este último caso en casa de su hermana Lisa.

En 1905 se traslada a Berlín, donde su hermano Karl, por entonces una figura reconocida e influyente en el mundo artístico de la capital –en una carta a su hermana Fanny, Robert escribe: «Karl se ha convertido en un perfecto hombre de éxito»–,[7]​ lo introducirá en los círculos literarios.

Sus textos reciben los elogios de Rainer Maria Rilke, Max Brod, Hermann Hesse o del mismísimo Franz Kafka, al que, según Brod, le gustaba leer sus textos «en voz alta con enorme regocijo, embelesado, exprimiendo cada gota.

Estábamos los dos solos, pero él leía como si estuviera ante un público integrado por cientos de personas».

Tras el breve paso por Bellelay, Walser se muda a su ciudad natal, Biel.

En Biel se instala primero en casa de su padre y luego en una buhardilla del hotel Blaues Kreuz, donde permanecerá hasta 1920.

[13]​ La publicación de Kleine Dichtungen le mereció el premio del Frauenbund zur Ehrung rheinländischer Dichter.

[16]​ En 1921, pues, se traslada a Berna, donde trabaja durante cuatro meses como auxiliar bibliotecario del Archivo Cantonal, donde, según cuenta él mismo, «discutí con mi jefe, cuya paciencia colmé con una observación descarada.

[18]​ Sin embargo, como el propio autor sugería, estos cambios fueron acompañados de un gran fervor creativo.

Es en la época de Berna cuando Walser desarrolla por completo la microescritura que dará lugar a los famosos microgramas.

La impotencia, la crispación, la apatía son siempre algo físico y mental a la vez.

Tenía dudas y se sentía inseguro: no sabía si quedarse o marcharse.

[37]​ Se quedó en Waldau cuatro años más, donde no dejó de escribir.

Se comporta como un paciente modélico, tranquilo y discreto que gusta de dar paseos por los alrededores.

No sirve de nada poner a mi disposición una habitación, papel y pluma».

Contra lo que suele creerse, Walser disfrutó en vida del favor de la crítica.

[40]​ Desde las novelas berlinesas hasta entrados los años veinte, fue un autor respetado y admirado por grandes nombres de la literatura del momento como Christian Morgenstern, Robert Musil, Kurt Tucholsky, Franz Kafka, Walter Benjamin, Hermann Hesse o Stefan Zweig.

Según Max Brod, por ejemplo, Kafka le leía encantado pasajes en voz alta como si estuviera «ante un público integrado por cientos de personas».

Manda de pronto callar a sus personajes y hace que hable la historia, como si ésta fuera un personaje.»[41]​ Stefan Zweig, por su parte, hablaba del «nunca suficientemente admirado suizo Robert Walser […], miniaturista par excellence, delicado, sensible y al mismo tiempo festivo.

[43]​ A Benjamin le debemos también un ensayo seminal sobre Robert Walser,[44]​ que ha marcado mucho el rumbo de su recepción.

Entre los años treinta y cincuenta, cuando estaba ya ingresado y había abandonado por completo la escritura, Carl Seelig editó en sellos modestos varias antologías de su obra que no tuvieron mucho eco fuera del territorio suizo.

[47]​ Entre las figuras internacionales que han manifestado estima por la obra de Walser o le han rendido homenaje cabe destacar a Elias Canetti,[48]​ Susan Sontag,[49]​ J. M. Coetzee,[50]​ Ilse Aichinger, Claudio Magris,[51]​ Roberto Calasso,[52]​ W.G.

Sebald,[53]​ Martin Walser,[54]​ Peter Handke, Thomas Bernhard, Elfriede Jelinek,[55]​ William H. Gass,[56]​ Gonçalo M. Tavares o Enrique Vila-Matas.

También Juan José Saer,[60]​ Menchu Gutiérrez,[61]​ Alejandro Zambra o Patricio Pron se han declarado lectores entusiastas de Walser y han contribuido a la difusión de su obra en el mundo hispano.

Para llevar a cabo su misión como lugar de referencia, el Centro Robert Walser colabora en algunos proyectos y tareas con instituciones nacionales e internacionales como universidades, escuelas, teatros, museos, archivos, editoriales o casas de la literatura.