Por asunto principal del retablo se ve una Piedad ó Señor difunto con el acompañamiento acostumbrado, y son en todas ocho figuras del tamaño natural, encima un calvario, y por remate cinco escudos de armas.
Conviene mirar este retablo para ver quanto puede hacerse de prolixo quando falta el fundamento del diseño; arte severa, que ni admite trampa ni facilidades, y que decide sobremanera del gusto de las edades y aun de las naciones”.
[6] Otros viajeros como Tomé Pinheiro da Veiga o Antonio Ponz, citan la existencia del retablo en sus textos pero sin aportar dato alguno significativo.
[7] El Padre Fray Domingo Díaz a principios del siglo XIX, en 1828, al escribir su Relación topográfica antigua y moderna del insigne Colegio de San Gregorio,[8] describe todos las vicisitudes que sufrió el edificio con motivo de la guerra de la Independencia y la rapiña posterior a la que estuvo sometido hasta que la congregación de San Gregorio volvió a instalarse en él.
Escribía este fraile que el retablo “era ciertamente sumamente delicado en sus prolijas labores y filigrana dorada, que parecía por su delicadeza un metal sobredorado”, estimando la sensibilidad neoclásica de fray Domingo que el autor de las imágenes “no fue tan feliz …, pues pocas o ninguna había de mérito”.
Clementina Julia Ara Gil estudió ampliamente la historia del retablo,[9] y trató así mismo de localizar, sin éxito, alguna de las esculturas supervivientes, dado que por la dimensión del retablo parece difícil imaginar su completa destrucción.
[17] Otros fragmentos del retablo esperan ser localizados e identificados.