Si nos imaginamos que la figura representa nieve y los polígonos son sus cristales de hielo (transparentes), un rayo incidente es reflejado parcialmente (un porcentaje pequeño) por la primera partícula, entra en ella, es reflejado de nuevo por la interfase con la segunda partícula, entra en esta, incide en la tercera, y así sucesivamente.
El mecanismo es muy general, porque casi todos los materiales comunes están hechos de «cosas pequeñas» pegadas entre sí.
Los materiales orgánicos están compuestos usualmente por fibras de células, con sus membranas y sus estructuras internas complejas.
Entre ellos están los metales, los cuales no permiten el ingreso de la luz en ellos; los gases, los líquidos, el vidrio y los plásticos transparentes (que tienen una estructura microscópica amorfa, similar a un líquido); los monocristales, como algunas gemas o los cristales de sal; también algunos materiales especiales como los que forman la córnea y el cristalino del ojo.
Unos pocos materiales, como los líquidos y los vidrios carecen de subdivisiones internas que provoquen dispersión en las subsuperficies, por medio del mecanismo descrito anteriormente.
En tal caso, los rayos difundidos perderán algunas longitudes de onda durante su paso dentro del material y emergerán con color.
Una cereza refleja difusamente la luz roja, absorbe todos los demás colores y tiene una reflexión especular que es, en esencia, blanca.
Al mirar nuestro entorno, vemos la gran mayoría de los objetos gracias principalmente a la reflexión difusa sobre su superficie.
Esto es válido con unas pocas excepciones, como con los vidrios, los líquidos reflejantes, los metales pulidos o suavizados, los objetos brillosos y los cuerpos que emiten luz por sí mismos, como el Sol, las lámparas o las pantallas de computadora (las cuales, sin embargo, emiten luz difusa).
Específicamente, la interreflexión difusa describe la luz reflejada por los objetos que no son brillantes o especulares.