Sus publicaciones se dirigieron en torno a tres grandes áreas de trabajo: una primera dedicada al pensamiento antiguo y medieval, donde destacó su edición, traducción y comentarios de la Retórica de Aristóteles; una segunda relativa a los orígenes de la modernidad y al pensamiento del barroco; y una tercera en que la preocupación fundamental estuvo constituida por el examen del pensamiento contemporáneo.
Tal panorama de estudios, referido escuetamente por él mismo, no se corresponde a una secuenciación cronológica, pues se dan todos a la vez y se complican los unos con los otros, de modo que prácticamente abarcan todo el horizonte histórico de la cultura europea y, por extensión, occidental.
No obstante, no comprendía semejante amplio campo de investigaciones como otras tantas calas eruditas en el pasado —erudición que, sin embargo, poseía—, sino que las empleaba en vistas a dar lugar a grandes tesis capaces de suscitar el debate contemporáneo acerca del origen, trayectoria y ulterior rendimiento del pensamiento filosófico en relación con el tiempo que en cada caso le ha tocado habitar.
Se puede decir que, quien le conoce solo por lo publicado, como escribió de sí mismo G.W.
Leibniz —precisamente una de sus más duraderas y hondas especialidades—, apenas le conoce.