Esta teoría fue adquiriendo fuerza en Estados Unidos durante la Guerra Fría cuando las armas nucleares fueron extendiéndose en número y reduciendo su tamaño.
El perfeccionamiento de los misiles balísticos intercontinentales a finales de los cincuenta no complicó excesivamente la situación porque los primeros misiles poseían propulsión líquida y no estarían listos siempre que se les necesitase, sus tanques sólo se podían llenar una hora antes del lanzamiento.
Por esto y aún suponiendo que las armas fueran lo suficientemente precisas ¿se podía tener la seguridad de conocer todos los emplazamientos enemigos?
Los submarinos son unidades furtivas por su propia naturaleza y esa capacidad pronto se consideró que debía ser utilizada para transportar los misiles ya operativos hasta casi las mismas aguas del enemigo.
Sin embargo al ser los submarinos una plataforma móvil y los misiles transportados generalmente armas balísticas apareció el problema de fijar la posición exacta del lanzamiento para realizar los cálculos pertinentes.
Para resolverlo Estados Unidos desarrolló un carísimo sistema de posicionamiento por satélite que resultó el embrión del GPS.
No suelen ser muy grandes ni contar con mucha autonomía de vuelo; por este motivo su carga son armas nucleares tácticas; pero suficientes para arrasar las instalaciones enemigas.
Sin embargo las posibilidades de fallar, pese a los esfuerzos por aumentar la precisión, y el descubrimiento del invierno nuclear[3] sembraron serias dudas sobre la seguridad de confiarse a una estrategia tan peligrosa como la del primer golpe; ya que supone atacar con armas nucleares y suponer que el enemigo no podrá responder o si lo hiciera sería con un mero carácter simbólico.