Política industrial

Ejemplos tradicionales de políticas industriales que implican acciones sectorialmente específicas son proteger la industria textil nacional de importaciones (normalmente mediante aranceles a las importaciones textiles) y subvencionar las industrias  exportadoras.

Como políticas industriales más contemporáneas pueden citarse el apoyo a las conexiones entre empresas y el fomento de tecnologías troncales.

Cuando estos sectores ya son suficientemente competitivos, se eliminan las barreras para exponerlos al mercado internacional.

Históricamente, hay un consenso creciente sobre que la mayoría de países desarrollados, como Reino Unido, Estados Unidos, Alemania y Francia, han intervenido activamente en su economía nacional a través de políticas industriales.

[18] Más precisamente, el desarrollo de Corea del Sur puede explicarse porque siguió políticas industriales similares a las aplicadas por Reino Unido, EE.UU. y Alemania.

En su lugar, las políticas industriales actualmente en boga promocionan los grupos empresariales locales (clústeres) y la integración en las cadenas de valor mundiales.

Un objetivo clave del Proyecto Sócrates era utilizar tecnología avanzada para permitir cooperar a las instituciones estadounidenses públicas y privadas en el desarrollo y ejecución de estrategias competitivas sin violar las leyes existentes ni comprometer el espíritu de "mercado libre".

UU., Australia, Japón, el Reino Unido y más países de la Unión Europea, adoptaron políticas industriales.

Para superar su retraso respecto a otros países industrializados, e incluso adelantarlos, «las actividades estatales de China se extienden a esfuerzos para impedir el dominio de tecnologías e inversores extranjeros en áreas consideradas clave, como las industrias estratégicas y las nuevas tecnologías», entre ellas robótica y vehículos eléctricos.

[18]​ También produce un efecto arrastre en el resto de la economía[18]​ y contribuye al equilibrio territorial, porque las fábricas no tienden a concentrarse en las grandes urbes, al contrario que, por ejemplo, las empresas de servicios.

[22]​[23]​[24]​ Todo esto se resume en una célebre frase del ministro español Carlos Solchaga: «la mejor política industrial es la que no existe».

Incluso los economistas relativamente escépticos reconocen ahora que la acción pública puede impulsar ciertos factores de desarrollo «más allá de lo que el mercado haría por sí mismo.»[27]​ En la práctica, estas intervenciones se dirigen a menudo a regular las redes (eléctricas, gasistas o telefónicas), la infraestructura pública, la I+D, o a corregir asimetrías de información.

Vista aérea de una planta industrial en Suiza