Por esta razón, es más conocido por el sobrenombre del «Salvaje Gentilhombre de Tenerife» o el «Hombre Lobo Canario».
Se sabe que el joven Pedro González era descendiente de menceyes guanches.
La llegada del muchacho a la corte parisina fue todo un acontecimiento por la curiosidad que despertaba su enfermedad.
Giulo Alvarotto, un diplomático italiano en la corte francesa en esas fechas, lo describe así[3]: Desde el primer momento, Enrique II tomó este presente como muy valioso, pues era una rareza desconocida en la Europa de aquella época.
[2] El rey se propuso, desde el principio, desterrar el supuesto lado salvaje del niño, e inculcarle una buena educación y costumbres sociales refinadas.
Pedro González fue instruido en humanidades y latín, lengua que se consideraba la más alta expresión de cultura, sólo reservada para la aristocracia y por ende saberla hablar perfectamente era sinónimo de prestigio social.