Inteligente, astuto, audaz, pero sobre todo atraído por las mujeres y la bebida, Pedro comienza huyendo ante una primera acusación.
El diablo aparece a numerosas ocasiones bajo formas variadas, como un sacerdote o un «francés».
La situación llega hasta tal punto que el rey Felipe IV envía al lugar al inquisidor general, Bartolomé Guijarro y Carrillo.
Éste muere durante su investigación y se sospecha que Pedro Arruebo haya provocado esta muerte « por maleficios ».
No obstante, por orden del tribunal de la Inquisición, Pedro Arruebo, por haber « puesto el demonio en numerosos lugares, y dado al diablo más de mil seiscientas mujeres » (esta cifra es considerada luego exagerada y reducida a poco más de doscientas), se le condena a 200 latigazos y pena de galeras, lo que significa, en la práctica, la muerte.