Luego que fuese derrocado Juan Esteban Montero, los golpes de estado se habían convertido en una costumbre bastante vergonzosa, donde Chile se encaminaba a ostentar el triste récord de nueve gobernantes en siete meses.
El general Blanche prometió llamar a elecciones presidenciales y parlamentarias a la brevedad, sin embargo, existían rumores que antes que eso ocurriera, otros generales podrían tomarse La Moneda, entre los que se cuentan el General Pedro Lagos, quien en movimientos anteriores había llegado con tanques a La Moneda y se decía que estaba cansado de trabajar para otros; el comodoro Arturo Merino Benítez, quien desde la base de El Bosque decidía las asonadas, también podía tomar la iniciativa y el General Otero, ministro de defensa en ese momento.
Según palabras de los participantes, “el propósito de este comité será propugnar un gran esfuerzo por ambos lados: por el militar, terminar con el caudillismo y consagrarse exclusivamente a su labor profesional; y por el civil, apagar las pasiones, renunciar a los intereses egoístas y respetar al militar que cumple la misión que la patria la ha confiado”.
La situación económica era caótica y en ese momento no había dinero para pagar los sueldos de la administración pública.
Este último anuncio resultaba absurdo porque no había en Antofagasta ninguna autoridad que la pudiera hacer cumplir.
Carabineros, la policía civil y los magistrados se habían puesto a disposición del comité.
De inmediato se ordenó que el destructor Lynch zarpase a Antofagasta, con mil hombres escogidos.
El mismo día que zarpaba, la guarnición de Concepción adhería al general Pedro Vignola Cortés.
Las palabras del General Pedro Vignola fueron: “Los militares en esta jornada hemos adquirido un compromiso solemne con la patria y los chilenos: sólo nos dedicaremos a nuestros deberes y jamás empuñaremos las armas si no fuese para defender la soberanía nacional”.