A partir de la aceptación, los novios se consideran "prometidos", iniciándose su compromiso, que incluye entre otros supuestos, guardarse fidelidad.Como excepciones, en Escocia e Irlanda, se decía que el 29 de febrero es el único día en que puede una novia proponer matrimonio a su novio, es decir, sólo una vez cada cuatro años, en año bisiesto.La misma tradición existe en Finlandia, con el añadido de que, si el novio rechaza la oferta, debe comprarle en compensación a su pretendiente tela suficiente como para hacerse una pollera.[3] En su condición de monarca, la reina Victoria tuvo que proponer matrimonio a su futuro marido, el príncipe Alberto.[5] En cuanto al anillo, en algunas culturas son planos, similares a bandas llevadas por ambos novios, que se intercambian en los esponsales.