La Parábola del árbol y su fruto, también llamada de los Árboles y su fruto, es una parábola de Jesús que aparece en dos pasajes similares del Nuevo Testamento, en el Sermón de la Montaña del Evangelio de Mateo y en el Sermón de la montaña del Evangelio de Lucas donde Jesús alerta a la gente sobre los «falsos profetas».En el corazón está la determinación última del valor de las acciones de los hombres, ya que «no está el negocio en tener hábito de religión u no, sino en procurar ejercitar las virtudes y rendir nuestra voluntad a la de Dios en todo y que el concierto de nuestra vida sea lo que Su Majestad ordenare de ella, y no queramos nosotras que se haga nuestra voluntad, sino la suya» [5][6] Jesús recuerda que con las buenas obras se construye la perseverancia y no solamente con los buenos deseos y las buenas palabras: «¿Cuál es el testigo más fidedigno sino el que confiesa a Jesucristo venido en carne, y guarda los preceptos evangélicos?Porque el que escucha pero no pone por obra niega a Cristo; aunque lo confiese de palabra, lo niega con sus obras.(…) El verdadero testigo es el que con sus obras sale fiador de los preceptos del Señor Jesús»[7][8] En el Evangelio de Mateo, el contexto se relaciona con probar a un profeta .En el Evangelio de Lucas la conexión es menos obvia.