Cuando un ciclo productivo concluye, mantienen a menudo evidencias del pasado, que constituyen importantes recursos patrimoniales.
[4][5][6] En contrapartida, la notable transformación del medio y la contaminación derivada de la actividad extractiva o las duras condiciones laborales, se traducen a menudo en rechazo de estos lugares, lo que les condena al abandono y la decadencia.
Sin embargo, la conciencia de los valores de las explotaciones abandonadas, por sus nexos con la cultura minera y su potencial aprovechamiento, ha despertado, en los últimos años, un creciente interés por su recuperación y puesta en valor.
Pero esta definición no es aplicable a los asfaltos naturales que se encuentran en la comarca de la Montaña Alavesa.
Se toma Comúnmente como indicación de la riqueza bituminosa el color del asfalto, siendo el negro más pronunciado el que demuestra mayor cantidad.
Las rocas que contienen poco betún de impregnación no resisten la fractura auna temperaturas superiores a los 18 o 20 °C.
[10] Las calizas impregnadas en el betún que les da el carácter de rocas asfálticas son de formación sedimentaria, hallándose en los terrenos secundarios del periodo cretácico y del jurásico, constituyendo bancos o bolsadas.
[12] Las capas de asfalto se presentan ordinariamente horizontales o con una pequeña inclinación, pudiendo aparecer alguna otra vez en otra forma si parte de ellas han modificado su primitiva situación por movimientos geológicos, aunque no es lo habitual.
Y, por otro, la incipiente instalación de una segunda fábrica en ese mismo año del 1961.
Pronto la demanda del mercado de la pavimentación convirtió a estos productos en una rentable industria.
[cita requerida] La fábrica fue adquirida por un grupo inversor creado en San Sebastián.
En 1920, los betunes naturales se hundieron debido al abaratamiento del producto operado desde las plantas petrolíferas, paralizándose en Maeztu los trabajos que, como los de la mina Carmen, se orientaban por su riqueza a la destilación mayoritariamente.
En 1928 se benefició de la apertura del ferrocarril Anglo-Vasco en su tramo occidental, consiguiendo además la estación a escasos 100 metros.
[1] Finalmente, en los años 30 del siglo XX una última sociedad vino a completar el panorama productivo al crearse en Antoñana la Compañía Asfaltos Naturales de Campezo S.A..