En este periodo las reivindicaciones salariales espontáneas en las grandes fábricas se unieron a las agitaciones estudiantiles que reclamaban un generalizado derecho al estudio para todas las capas sociales.Entre septiembre y diciembre de 1969 la cuestión obrera estalló con una fuerza que ni empresarios ni trabajadores habían previsto.
Emergió una nueva figura, aquella del obrero-masa, es decir, una personalidad joven, procedente del sur, no especializado, empleado en la cadena de montaje, pero más combativo que el tradicional obrero de oficio.
En el país se desencadenaron enfrentamientos con las fuerzas del orden, en los cuales perdieron la vida el tipógrafo Carmine Citro y la profesora Teresa Ricciardi.
[2] Los sindicatos oficiales fueron condicionados por los Comités Unitarios de Base (CUB), mientras los gobiernos democristianos que se alternaron en aquel periodo no consiguieron distinguir las demandas razonables de las demagógicas, plegándose a unas y otras con tal de llegar a un apaciguamiento social: los CUB exigían salarios iguales para todos los obreros en base al principio de «todos los estómagos son iguales», sin diferencias de mérito ni compensación, concibiendo el beneficio como una estafa, la productividad como servidumbre y la eficiencia como un complot, sosteniendo en cambio que la negligencia era un mérito y el sabotaje un justo golpe infligido a la lógica capitalista.
[2] En aquel clima de tensión el 9 de diciembre se firmó un acuerdo entre los sindicatos e Intersind, que agrupaba las empresas con participación estatal, y el 21 se firmó otro acuerdo entre los sindicatos y la Confindustria:[1] se acordaron aumentos de salario iguales para todos y la reducción del horario laboral a 40 horas semanales, mientras los obreros metalúrgico obtuvieron el permiso para celebrar asambleas en las fábricas.