Montaje de atracciones

El producto artístico, dice Eisenstein: arranca fragmentos del medio ambiente, según un cálculo consciente y voluntario para conquistar al espectador.

[3]​ Con este procedimiento cada elemento adquiere un valor autónomo, asociado con un efecto que se calcula exactamente en cada instante del desarrollo de la obra.

Es un método en sí mismo, porque desarrolla una fórmula basada en medidas exactas, con infinitas posibilidades de combinación, asociada inevitablemente con un efecto a todas luces agresivo, dirigido a capturar la atención de los espectadores.

Tomando un esquema y una visión activa del espectáculo teatral (aplicable en su misma dimensión en el cine), mediante las atracciones el director analiza y desarrolla su estrategia retórica, combinando las partes, definiendo el nuevo aparato y tratamiento expresivo a partir de la valoración significativa de cada uno de los elementos que intervienen en la realización escénica, convirtiéndolos todos en afines, comunes y sucedáneos aunque sea por un breve momento, pero, perfectamente concurrentes con una o varias intenciones temáticas supradiscursivas de la obra.

Esta cadena infinita de asociaciones-posiciones posibles, poseedoras en su conjunto de valor expresivo explícito y efectivo superior a las partes, entran en acción para activar directamente los mecanismos sensoriales del espectador creando una relación poderosamente vinculante entre su mente y el sentido del discurso desarrollado por el cineasta.

Estos se empalman unos a otros según su longitud, siguiendo una fórmula determinada, como al compás de la música.

[10]​ Es decir, el montaje rítmico se basa tanto en la duración de los planos como en el movimiento dentro del fotograma.

Se refiere a la continuidad que surge del patrón visual dentro de las tomas.

Esta característica nos conduce desde la impresión de una coloración melódicamente emocional a una percepción directamente fisiológica y representa también un nivel relacionado con los precedentes.

[14]​ Para realizar este tipo de montaje había que recurrir al simbolismo.

Las inteligentes relaciones que Eisenstein provoca entre ellos convierte esta escena en la más representativa del montaje de atracciones.

Este principio lleva al espectador a combinar cada célula del celuloide como una superposición de sentido.

La huelga (1925)