Al igual que muchas otras culturas, los Chimú rendían culto a un gran número de divinidades.
Su práctica religiosa, que comenzó siendo tan pacífica como tranquila, se fue moviendo en el mismo sentido de sacrificio que las del entorno, para terminar siendo sanguinaria y cruenta, engarzada en una complicada trama aristocratizante de castas sacerdotales, militares, comerciantes y campesinos, al estilo de la inca, que se movía en un fetichismo mágico, en un mito ceremonial oscuro y truculento, dirigido por la casta sacerdotal para su beneficio político.
Cuenta un mito que Kon, en los tiempos más antiguos, pobló la tierra de seres humanos y los colmó de abundante agua y frutos; pero sus criaturas olvidaron pronto las ofrendas que le debían al padre creador.
Kon los castigó con la ausencia de la lluvia, lo cual terminaría transformando las fértiles tierras en los inmensos desiertos costeños.
También los chimú tenían en su panteón a divinidades zoomórficas, como los habituales felinos moteados que aparecen en la mayor parte de las culturas absorbidas por el Imperio inca.