Sin embargo, cuando se produce una lesión en un determinado órgano, los macrófagos tisulares liberan una serie de citocinas inflamatorias que activan el endotelio.
[2] Las integrinas β1 se expresan en todas las células del organismo, pero su expresión aumenta tras el inicio de la respuesta inflamatoria.
Las integrinas β2 se expresan en granulocitos, monocitos y en ocasiones en linfocitos.
Por el contrario, el ligando más relevante de VLA-4 es VCAM-1, una molécula cuya expresión se induce en el endotelio tras la activación.
Las quimiocinas secretadas durante la infección se unen a proteínas de la matriz extracelular, donde se cree que permanecen inmovilizadas sin pasar a la circulación.
Estos receptores de quimiocinas se encuentran acoplados a proteínas G y son por tanto GPCRs (G-protein coupled receptors).
Esto lleva a un aumento de la permeabilidad vascular y facilita la extravasación del leucocito hacia el tejido dañado.
Estos contactos son transitorios (la frecuencia de asociación-disociación es elevada).
Paralelamente, el tejido dañado secreta diferentes sustancias que llevan a la activación de los leucocitos.
Una vez que se ha producido la adhesión firme al endotelio, comienza la extravasación leucocitaria o diapédesis propiamente dicha, por la que el leucocito atraviesa el endotelio y se incorpora al tejido dañado.
La transmigración paracelular se consigue por ruptura transitoria y reversible de las proteínas de unión intercelular que mantienen las células endoteliales unidas (principalmente el complejo VE-cadherina).
Cuando las integrinas de los leucocitos interaccionan con sus ligandos del endotelio, se activan una serie de quinasas que fosforilan la porción citoplasmática del complejo VE-cadherina, llevando así a la ruptura reversible de la unión entre células endoteliales, facilitando así el paso del leucocito entre las células endoteliales.