Mercedes de Velilla

Jóvenes como Cano y Cueto, Rodríguez Marín, Juan Antonio Cavestany o el propio Luis Montoto, encontraban en la casa de los Velilla, al que llamaban “el parnaso”, el espacio indulgente para la creación en el que bebía la pequeña Mercedes.

“A lo diez años” dice Cobos de Villalobos “leyó algunas composiciones ante escogido auditorio, y desde entonces se reveló como poetisa genial y de altos vuelos, no obstante su natural modestia, que hice fuera llamada por uno de sus biógrafos, <>”.

Este último la recordaba así más de cuarenta años después: “Un día, su compañera inseparable, la ardiente poetisa Concepción de Estevarena, por brutal despojo de la muerte, partió a tierras remotas en busca del techo hospitalario y del pan que le ofrecían unos parientes lejanos.

Santiago (sic) Montoto no se refiere a esta parcela de su vida, pero sus poemas amorosos no son un juego poético ni un divertimento en torno a un tema tradicional, aunque sí nos informa de que atravesó sola todas estas desgracias”.

En la edición de esta obra[6]​ le dedica la misma a Delgado con estas palabras: “A usted, que me animó con sus palabras y a quien debo mis primeros laureles dramáticos, dedico este humilde ensayo, pagando así, del modo que puedo, la deuda de gratitud con usted contraída”.

La falta del sostén familiar le lleva a vivir un destino de estrecheces económicas que Montoto describe así: “Se hundió la casa, y sobre sus ruinas se alzó la pobreza con su lúgubre cortejo de apremios, esquiveces e ingratitudes”.

Caricatura de Mercedes de Velilla
Monumento a Mercedes de la Velilla en Camas