El estrecho de los Dardanelos, el mar de Mármara y el Bósforo separan al Mediterráneo oriental del mar Negro, que si bien forman una continuidad geográfica con el Mediterráneo, sus características especiales, tanto físicas como históricas suelen hacérselos considerar como entidades separadas.
[1] El desigual desarrollo histórico entre Mediterráneo occidental y oriental se hace decisivo desde la aparición de la Revolución Neolítica y la Revolución Urbana en el Creciente fértil del Antiguo Próximo Oriente, que significó para esa región el nacimiento de la Historia.
A partir del siglo II a. C. la República Romana fue interfiriendo en los asuntos internos de los reinos helenísticos, anexionándolos paulatinamente.
Emperadores como Adriano privilegiaron Egipto (culto de Antínoo); y Constantino eligió Bizancio como segunda Roma.
La mitad oriental, la más desarrollada económica y culturalmente A finales del Bronce Reciente, el Mediterráneo oriental experimentó cambios que afectaron a los Imperios, Estados, reinos y ciudades desde el Mediterráneo central hasta la Alta Mesopotamia, al mismo tiempo que aparecían pueblos como los Filisteos, Arameos, el asentamiento de Israel, los reinos de Moab y Edom, etc., que tendrán un mayor protagonismo en los siglos posteriores.
La construcción del canal de Suez inició una asociación egipcio-británica que en la práctica se tornó colonial.
El Imperio turco fue retrocediendo en las sucesivas guerras balcánicas que condujeron a la Primera Guerra Mundial, en que desaparece, iniciándose el dominio colonial de Francia e Inglaterra sobre Siria y Palestina respectivamente, y la presencia cada vez mayor de judíos sionistas, estimulada por la declaración Balfour.
La descolonización se produjo entre grandes tensiones tras la Segunda Guerra Mundial, iniciándose simultáneamente el conflicto árabe-israelí, que ha dominado las relaciones internacionales de la zona desde entonces.
La zona de Istria y Dalmacia, que el irredentismo italiano había conseguido incorporar tras la Primera Guerra Mundial (Gabriele D'Annunzio) fue atribuida a Yugoslavia tras la Segunda Guerra Mundial (que había consentido una efímera expansión italiana en la zona).