La primera menstruación de la mujer era celebrada con un ritual de transición sagrado llamado «naihes», que consistía en una bendición para la ahora púber, con bailes, banquetes y cánticos, que comienza al amanecer y dura cuatro días.
[6] Los mayas contaban con expertos en realizar matrimonios concertados llamados Ah atanzahob, quienes cumplían una labor de «casamenteros», es decir, ser intermediarios entre las familias de los novios y preparar la ceremonia nupcial, con un profundo sentido sagrado.
Al segundo día se repetía el procedimiento, esta vez consultando la voluntad de la novia.
Luego de celebrada la boda, los novios debían permanecer durante cuatro días encerrados en un cuarto haciendo penitencia y ayuno por el futuro juntos, mientras los sacerdotes prepabaran el lecho para que pudiera consumarse allí el matrimonio.
Una ceremonia muy similar ocurría con las tribus emberá, habitantes entre Panamá y la actual Colombia.
[9] Para los kalinagos, pueblo que habitó históricamente en la costa caribeña de América del Sur y las Antillas Menores, la naturaleza de la institución matrimonial era versátil, dependiendo cada situación particular, pudiendo ser tanto monógama como polígama, y endógama o exógama entre las diferentes tribus con fines expansionistas, así como matrilineales o patrilineales, por acuerdos entre las familias que tenían un fuerte sentido de clan.
Si bien la poligamia estaba permitida, la primera mujer (o también llamada principal), tenía una mayor relevancia jerárquica que las otras concubinas.
La ceremonia cargada de simbolismos espirituales, era presidida por un Mamo Kogui, quien fungía como sacerdote.
Los contrayentes debían haber celebrado su Ciexaus, la ceremonia de paso a la pubertad.
Asimismo, era frecuente desposar a los viudos con un integrante del mismo grupo social para así evitar su soledad.