Martín estudió y se hizo religioso, a pesar de ser hijo único y heredero, y marchó con algunos compañeros a hacer vida eremítica en una cueva de las montañas próximas a Zamora, en la actual Peleas de Arriba.
Martín pensó, con el paso del tiempo, que sería mejor hacer una fundación monástica y lo consultó con el obispo zamorano Bernardo de Perigord.
Los monjes cistercienses se instalaron e instruyeron a Martín Cid, que profesó como monje y afilió la fundación monástica a la orden cisterciense, convirtiéndose en abad.
Sucesivamente fueran al claustro y a la capilla del Cardenal.
A pesar de que en el martirologio romano consta como beato, la tradición y el calendario litúrgico hispánico lo denominan santo.