En 1953, los arquitectos Manuel Barbero Rebolledo y G. Echegara Comba terminaron el edificio de la nueva sede del Instituto Torroja.
Con su estructura orgánica cuidadosamente adaptada al terreno, el paisaje y la topografía en la que se ubica, los autores insistieron en utilizar la modularidad y la estandarización de los elementos de construcción tanto como sea posible.
En el Instituto Torroja se empleó un módulo cuadrado de 1,6 m, qué incluye según comentan los mismos autores la “máxima autonomía en iluminación e instalaciones para así conseguir la mayor libertad de distribución interior”.
Así fueron prefabricadas las ventanas, proyectadas en dos alturas, una mayor con dintel volado para conseguir el efecto corta-sol y el resto de menores dimensiones para las fachadas no orientadas al mediodía.
La dimensión, insistencia en el módulo y unidad del proceso constructivo con el proyecto, ha sido constante en la obra de Barbero.
Esta obra se define completamente por las mismas características empleadas a lo largo de todo el legado de Barbero, por su insistencia en la modulación y dimensión, introducidos en todos los elementos del proyecto arquitectónico.
El proyecto fue realizado por Manuel Barbero Rebolledo y Rafael de la Joya Castro.
Entre los edificios pertenecientes al segundo núcleo, el que estaba destinado a alojar las oficinas, constaba de: vestíbulo, sala de espera, secretaría, despacho dirección, oficinas generales, etc.; y hacia el exterior se construyó un aparcamiento para coches.
Entre ellos hay un depósito alto, y para drenar rápidamente, se realizó con una forma cilíndrica enorme.
Las características específicas de estos lugares permitieron y recomendaron soluciones diferentes a los demás.
El plan se resolvió mediante una sencilla construcción geométrica utilizando una escuadra y un cartabón, probablemente como hiciera en su momento Juan Gómez de Mora.
Los faldones del techo se hicieron de materiales ligeros, cubiertos con mortero y con malla metálica.