Estrenó la primera parte de su drama sentimental La Cecilia en 1786 en casa de su protector, el marqués, cuya familia hizo los papeles protagonistas en una función doméstica que se repitió al año siguiente con la segunda parte.
A Comella se le vinculaba sobre todo con el teatro musical, en sus variadas formas: zarzuelas (La Dorinda), melodramas (La Andrómaca o Hércules y Deyanira) y óperas (Los esclavos felices, obra maestra del compositor Juan Crisóstomo de Arriaga, La intriga en las ventanas o El crédulo desengañado); también escribió un buen número de operetas y óperas bufas, como La desdeñosa, La escuela de los celosos o La isla del placer.
Le dieron asimismo mucho éxito sus comedias heroico-militares y las sentimentales, reflejo del espíritu moderno de la clase media.
Pero no alcanzó este prolijo dramaturgo la unanimidad crítica en torno a los valores de sus obras, y encontró su mayor enemigo nada menos que en Leandro Fernández de Moratín, primero en su poema La derrota de los pedantes y luego en su célebre obra La comedia nueva o El café estaba dirigida contra los malos dramaturgos en general y contra Luciano Comella en particular.
Sin embargo, hubo de regresar a Madrid, iniciándose su declive, también económico y físico, y aunque sus obras se siguieron representando durante el siglo XIX, la valoración de su teatro se fue difuminando; recientemente, sin embargo, Calderone y Doménech han defendido que era un hombre de ideas progresistas, cercano a la Ilustración, y que su teatro es una forma de difundir las nuevas ideas desde la escena.