Su vocación teatral era más fuerte que la seguridad de su empleo, así que, apenas transcurrido un año, en 1922 abandonó el trabajo y se incorporó a la compañía de Arsenio Perdiguero, con la cual inició una larga gira, durante la cual se dio a conocer con el nombre que luego le haría famoso, Lucho Córdoba.
Se reveló como un prolífico autor, pues a la primera de estas obras, Más sabe el diablo por viejo que por diablo, siguieron otras setenta, consideradas en muchas ocasiones por la crítica obras clásicas del género, caso de, por ejemplo, A mí me lo contaron.
En 1939 la compañía Córdoba-Leguía alquiló el Teatro Imperio; durante los dieciocho años que representaron allí cosecharon sus mayores triunfos y realizaron numerosas giras por provincias con su compañía, además de lo cual el genial actor hizo varias incursiones en el cine con películas como Un hombre de la calle, El Padre Pitillo, La mano del muertito o Chófer de taxi, y sacó tiempo para participar en programas de radio.
En 1947 Lucho Córdoba presentó El avaro, de Molière, obra con la que fue largamente elogiado, y a la que siguieron Harvey, que había tenido una previa versión cinematográfica, y Blum, de Disciépolo, considerada por muchos la obra cumbre de la carrera del actor.
Para cuando se retiró de las tablas, Lucho Córdoba había participado en más de mil seiscientas obras, pero todos estos años de trabajo pasaron inevitablemente su factura; al final Córdoba actuaba con la voz desgastada, lo que no le impidió continuar trabajando.