Lorenzo Carranco
Fue enviado a la Baja California en 1727 para suceder al Padre Nápoles en la Misión de Santiago de los Coras,[1] donde sería asesinado por los pericúes siendo atado, arrastrado y mediante flechazos, de forma similar a Nicolás Tamaral.Hoy día el uso de los importantes recintos en los cuales se formó el Padre Lorenzo Carranco, tienen una vocación diferente a la que antaño cumplieron con su labor evangelizadora y educativa, puesto que los otrora colegios de San Jerónimo y San Ignacio sufrieron varios cambios, desde su fusión que dio paso al Colegio del Espíritu Santo, actualmente Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; respecto a los inmuebles que estos colegios ocuparon, el consagrado a San Jerónimo pertenece a la universidad antes citada, por otro lado el colegio de San Ignacio es ocupado por oficinas estatales de administración pública, finalmente en lo concerniente al Colegio de Tepotzótlan, en la actualidad sus muros resguardan el Museo Nacional del Virreinato, adscrito al INAH.[3] Una vez concluida su formación religiosa, el Padre Lorenzo Carranco se dedicó a la labor evangelizadora en las lejanas tierras del norte novohispano, donde realizó sus labores en la región de Los Cabos, en la inhóspita California, sitio en que los jesuitas realizaban amplios esfuerzos en la expansión del catolicismo a través de las —misiones— asentamientos religiosos que buscaban cristianizar a los pueblos nativos de sus zonas de influencia.Los años de servicio del Padre Lorenzo Carranco, fueron marcados por sus arduos esfuerzos evangelizadores, donde buscó integrar a los pericúes, pueblo oriundo de la región, a la vida y valores cristianos, tan titánica tarea no se vio falta de desafíos, pues las condiciones ambientales y socioculturales de la península bajacaliforniana resultaron ser bastante retadoras, a pesar de ello la faena comenzaba a rendir sus primeros frutos con una paulatina integración religiosa, cultural y económica de los indígenas coras, como también eran conocidos.La rebelión de los pericúes se mantuvo hasta 1737, con varias muertes más, tanto de misioneros, civiles conversos así como soldados, y supuso un problema recurrente para las autoridades virreinales, puesto que el conflicto para la colonización de los territorios del norte fue una constante debido a la lejanía de la región y lo inhóspito de sus características dificultaron su control, problema que continuó aun bien entrado el siglo XIX con México ya como un país independiente.