El movimiento lingüístico reaccionario conocido como Aticismo (la imitación del lenguaje y estilo griego de la época clásica ateniense) sostuvo e impuso esta tendencia académica.
No solamente superaron estas ciudades en riqueza a su país natal, sino que pronto también cultivaron los grandes bienes del intelecto.
Por tanto, es un período de intensa creación literaria cristiana en idioma griego, sin duda, pero también en latín (Amiano Marcelino, Claudiano) y en siríaco (Romano el Mélodo).
Sucede a este rico periodo otro relativamente oscuro, donde solo unos pocos teólogos permanecen activos (Máximo el Confesor y Germano I de Constantinopla, Juan Damasceno en Siria).
En esta época hubo pocos historiadores reales, aunque sí varios cronistas que permiten entender el período.
La única verdadera novedad es la sustitución de la escritura uncial, fundada en la capital y la antigua cursiva romana utilizada en el siglo III al VIII.
El griego vernáculo o demótico hace una entrada tímida en la literatura, así como un cierto humor, mientras que los géneros más serios como la hagiografía se abandonan en favor de la sátira.
Nace una concepción trágica de la historia (Laónico Calcocondilas) en la que el héroe puede ser derrotado (Juan VI Cantacuceno).
Se trata de historiadores diplomáticos, expertos en la utilización de las fuentes históricas y provistos del fino tacto que requiere su posición social; no son académicos de gabinete, ignorantes del mundo, sino hombres que detentan una vida pública: juristas como Procopio, Agatías, Evagrio Escolástico, Miguel Ataliates, estadistas como Juan Cinamo, Nicetas Acominato, Jorge Paquimeres, Laónico Calcocondilas; generales y diplomáticos como Nicéforo Brienio, Jorge Acropolita, Jorge Frantzés e incluso cabezas coronadas como Constantino Porfirogéneta, Ana Comnena, Juan VI Cantacuzeno y otros.
En general, es en los historiadores tardíos donde el dualismo eclesiástico-político del modo clásico en la civilización bizantina se hace más notorio.
Al describir lo que depositaron en la conciencia popular (acontecimientos maravillosos y terribles, pintados con deslumbrantes colores e interpretados en sentido cristiano), su influencia fue considerable.
Son una mina para la lingüística comparada en cuanto que su oratoria es simplemente la lengua popular, denotando la pobre educación del escritor y de su audiencia.
Aunque Psellos muestra más destreza formal que creatividad, sus atributos brillaron en una época particularmente atrasada en la cultura estética.
Metoquites compuso meditaciones sobre la belleza del mar; Planudes fue el autor de un largo idilio poético, un género poco cultivado por los eruditos bizantinos.
Su miniatura correspondía exactamente al concepto de las artes menores que consiguieron un alto desarrollo en el período bizantino.
No exigiendo un gran gasto de imaginación por su autor, su dificultad principal estaba en la técnica y en lograr condensar la frase.
Solamente tres tipos de literatura eclesiástica que estaban aún sin explotar en el siglo IV presentan después un crecimiento independiente.
La Enciclopedia católica indica qué formas clásicas eran insuficientes para expresar las ideas cristianas con mejor resultado: en varias colecciones de la primera correspondencia cristiana no son las leyes rítmicas del estilo retórico griego quienes gobiernan la composición, sino las de la prosa semita y siria.
Aunque no fue tan lejos como Malalas, estrenó una métrica fundada en lo cuantitativo y tonal; la llevó en armonía con la última poética predominante en Siria además de evolucionar la lengua griega.
La poesía religiosa era en esta forma reducida a mera insignificancia, para en el siglo XI, que fue testigo del declive de la himnología y el resurgimiento del humanismo pagano, Miguel Psellos empezó parodiando los himnos eclesiásticos, una práctica que tomó raíz en la cultura popular.
La versión griega se originó en el monasterio de Mar Saba (Palestina) a mediados del siglo VII.
No circuló extensamente hasta el siglo XI, cuando fue conocida en toda Europa occidental a través de una traducción latina (cf.
En respuesta a las nuevas influencias del Occidente romano, la literatura popular bizantina se movió en diferentes direcciones.
La característica principal de la canción popular durante toda la Edad Media griega es su nota lírica, que encuentra expresión constantemente en giros emotivos.
Los libros populares que relataban las hazañas de estos antiguos héroes se extendieron y reanimaron la poesía heroica, aunque eran transmitidos con un profundo matiz romántico.
De todos los géneros sobrevivió solamente la novela, aunque ésta asumió objetivos más serios y su campo se dilató.
El escritor "describe minuciosamente las costumbres feudales que habían sido trasplantadas a la tierra de Grecia, y esto es quizás su méritos principal; las deliberaciones del Tribunal Superior son dadas con la mayor exactitud, y está muy familiarizado con la práctica de la ley feudal" (J. Schmitt).
Los incidentes familiares y bíblicos manidos son vueltos a poner en el ambiente patriarcal de la vida familiar griega.
Indirectamente, el Imperio protegió a Europa occidental durante siglos de guerra, luchando contra varios invasores y poblaciones migratorias.
La poesía bizantina, desde presupuestos más integradores y menos tradicionales, ha sido estudiada por Marc D. Lauxtermann (1966-), Byzantine Poetry from Pisides to Geometres, Viena, 2003 (Wiener byzantinische Studien 24.1).