En 1913, un inmigrante italiano de Chicago llegó un día a casa en un completo estado de ebriedad y quiso mantener relaciones sexuales con su esposa, embarazada, y como esta rechazó someterse, la golpeó brutalmente.
Muchas mujeres comenzaron a contar a la opinión pública que sus maridos llegaban borrachos el fin de semana o simplemente dilapidaban el sueldo en comprar licor, dejándolas en el más completo desamparo.
Se decía que el consumo de alcohol provocaba pobreza en las masas, enfermedades varias, demencia, y estimulaba la delincuencia, logrando normas de «prohibición total del alcohol» en pequeñas ciudades.
El lobby de los descendientes de emigrantes alemanes, opuestos a la prohibición del alcohol, quedó desacreditado por la propaganda chovinista y no pudo impedir que se preparase el terreno para una prohibición total del alcohol a nivel nacional.
En octubre del mismo año, se aprobó finalmente la ley Volstead, que implementaba la prohibición dictaminada por la Enmienda XVIII.
Si bien la ley impedía la oferta de alcohol, la demanda no había desaparecido.
En vez de resolver problemas sociales tales como la delincuencia, la ley seca había llevado el crimen organizado a sus niveles más elevados de actividad como nunca antes se había percibido en los Estados Unidos.
El millonario John D. Rockefeller, quien había apoyado la prohición en 1919, comentó inclusive en 1932: «En general ha aumentado el consumo de alcohol, se han multiplicado los bares clandestinos y ha aparecido un ejército de criminales»[cita requerida], declarando que su opinión había cambiado al respecto.
[2] Algunos estados continuaron aplicando leyes locales para prohibir o limitar la venta de alcohol.
Existen en los Estados Unidos cientos de condados y ciudades, llamados «condados secos» y «ciudades secas» que prohíben la venta (aunque no el consumo) del alcohol.
Las personas que desean adquirir alcohol, deben viajar a otras ciudades o condados.
Estos son intentos radicales de solucionar el gravísimo problema del alcoholismo y el suicidio en zonas rurales, especialmente entre la población nativa, tales como los diné o los inuit.