La vida de Brausen comienza a disolverse, mientras sigue imaginando a Gray y Elena Sala en Santa María: su esposa, Gertrudis, lo deja; lo despiden de la agencia y desperdicia lentamente sus compensaciones.
A medida que pierde la cordura, Brausen entra al departamento de La Queca y comienza a hacerse pasar por Arce, un hombre que es amigo del exnovio de La Queca y luego, usando una mentira diferente, como un hombre que vio a La Queca en un bar y la siguió hasta su casa.
Un "Onetti" ficticio, inspirado en el autor real, aparece brevemente como compañero de oficina.
Finalmente, son descubiertos y se dan cuenta de que Lagos no ha planeado su escape en bote como había prometido.
Gray y la violinista, Annie, se alejan juntos en la noche, insinuando una posible nueva historia de amor.
Esta conclusión, donde Brausen se pierde en la ficción que creó y Gray toma su lugar en el Buenos Aires real, completa el deseo de Brausen de convertirse en ficción.
Elogiada por la crítica, sin embargo, no llegó a ser popular entre los lectores, quizás por su complejidad.
[4] Stephanie Merrim señala que ""En su estructura y exposición, la novela reproduce una figura paradigmáticamente descentrada.
En repetidas ocasiones, sobre todo en la primera parte de la novela, Brausen insiste en la muerte de su yo como condición necesaria para la creación, por ejemplo, 'no distinto, no otro Brausen, sino vacío, cerrado, desvanecido, nadie, en sumo' (p. 58), y 'comprendí que había estado sabiendo durante semanas que yo, Juan María Brausen, y mi vida no eran otra cosa que moldes vacíos, meras representaciones de un viejo significado mantenido con indolencia...' (p.
En 1945 conoció a la joven violinista argentino-alemana Dorothea "Dolly" Muhr, quien se convertiría en su cuarta esposa.