[2] Durante el siglo XIX, el gusto artístico en España se decantaba por la pintura de historia, religiosa y de género quedando el paisaje relegado a un segundo plano como una mera decoración en paredes y muebles, aunque fue muy practicado por las mujeres al considerarlo idóneo para ellas.
[3] Poco a poco fue aumentando el gusto gracias a la nueva burguesía que necesitaba deleitarse con la belleza, pero será con la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1858 donde el paisaje realista comenzó su periplo.
[6] Los referentes de este nuevo panorama fueron los artistas ingleses que viajaron a España en busca de nuevos ambientes, como lo hicieron David Rober y Jonh Frederick Lewis o los franceses con personalidades como Joseph Venet, citado anteriormente, pero lo que marcó al género fueron las influencias llegadas de los flamencos y holandeses que, desde el siglo XVII, ya mostraban un carácter mucho más empírico en cuanto a la escena paisajística se trataba.
Además utilizará una pincelada muy empastada e individualizará cada vez más los elementos presentes en la escena.
Para marcar la profundidad del paisaje, el artista utiliza un recurso procedente de sus predecesores flamencos con el cual realiza pequeñas pinceladas de luz en distintos planos, dirigiendo la mirada hacia el pico montañoso del fondo.
Lo podemos observar en la zona ensombrecida del primer plano, donde cada uno de sus elementos están perfectamente detallados.
[17] Asimismo, las numerosas salidas hacia estos parajes naturales incorporaron en el artista una excelente capacidad para captar todos los efectos de contraluces, en distintas horas del día y los cambios cromáticos que provocan en el terreno.
De alguna forma, sus cuadros se acercan más al positivismo del tercer cuarto del siglo XIX puesto que desarrollaba su trabajo como si de un geólogo, geógrafo o botánico se tratase al intentar representar hasta el último detalle, dando de esta manera protagonismo a todos los elementos del paisaje.