Las viviendas de la zona están en bloques con bajos que albergan negocios relacionados con la hostelería.
Una vez finalizadas las obras, el conjunto quedó cercado por sus cuatro lados por una alta y potente tapia.
Tal fue el interés del califa en esos trabajos que, según cuentan las crónicas, acostumbraba a salir a caballo acompañado de gente principal para observar los trabajos y recrear su vista contemplando las obras.
Esa agua se almacenaba en una gran alberca o estanque, denominada en el dialecto del norte de África "buhaira".
Tras la conquista pasaron con todos los bienes del emir a ser propiedad real conservando en los primeros tiempos el nombre de Benahofar.
Este edificio, de estructura compositiva muy simple, se levanta exento en el eje meridional del estanque.
Sobre los restos almohades, y probablemente reutilizándoo, se construyó un palacio mudéjar, del que no queda nada, salvo las referencias escritas.
Tradicionalmente se ha llegado a decir que su autor fue Aníbal González pero es imposible porque en ese año el conocido arquitecto solo tenía 16 años de edad.
Este fervor adquirió tal dimensión que motivaría tan suntuoso proyecto, adjudicado al arquitecto más popular de Sevilla y máximo representante del movimiento regionalista en arquitectura.