Ingresó en la Administración del Estado y se trasladó a Madrid, donde residió toda su vida en compañía de su esposa e hijos.
Desde entonces dedicó sus ratos libres, como otro singular folklorista, Alexandr Nikoláievich Afanásiev, el gran editor y recolector de cuentos folclóricos rusos del XIX, a recoger, transcribir, editar y estudiar los cuentos españoles de tradición oral sin abandonar su discreto puesto de funcionario en la administración de su país.
Editó además los Cuentos populares de Castilla y León (1988) que en la época de la República y de la Guerra Civil había compilado en España el investigador estadounidense Aurelio M. Espinosa (hijo), encargándose de refinar su aparato crítico en contacto y colaboración con el propio Espinosa, quien, ya muy anciano (falleció casi centenario, en California, poco antes de que lo hiciera el propio Julio) vio así cumplido su sueño.
Formó parte del Equipo Fuentes de la Etnología Española que, dirigido por Julio Caro Baroja, dependía del C.S.I.C., y fue miembro de la International Society for Folk Narrative Research.
Legó su importante biblioteca especializada en el cuento y la leyenda tradicionales al Centro de Estudios Cervantinos.