En estos años comienza su labor docente, impartiendo clases de dibujo en colegios privados.
Durante las décadas de los cincuenta y sesenta reside en el Palacio de Monistrol (Madrid), donde conoce y se relaciona con otros artistas plásticos, escritores, actores, abogados, etc., como Jesús Núñez, Valeriano Martín Turrión, José Luis Coomonte, Agustín Úbeda, Manuel Calvo Abad, Máximo de Pablo, Francisco Mateos, Jesús López Pacheco, Vicente Escudero, Lauro Olmo, Demetrio Salgado, Aldo Sambrell, entre otros.
Palomo tratará durante varias décadas aglutinar a los artistas plásticos en una asociación que velara por los intereses de los creadores.
Las obras de Juan Antonio Palomo han sido expuestas por toda España, y en ciudades como Damasco, Rabat, Argel, Beirut o Nueva Delhi.
En lugar de deslumbrar al espectador, más bien parece que quieran desafiarlo.
Figuras patriarcales que recuerdan a un pantocrátor, vírgenes adustas y sagradas familias pueblan este universo religioso.
Sin embargo, los retratos femeninos de Palomo, aunque son menos corrientes, poseen una originalidad única.
Estas figuras femeninas se hallan más bien inundadas de una misteriosa melancolía.
Las formas viscerales se mueven al compás de los años setenta, bajo una armonía racional y bien definida.
Evocar en este periodo el "Homenaje a Velázquez" de donde una tenue menina escapa del cuadro sobre un monociclo.
Las esculturas comienzan a crecer en el espacio, adquiriendo dimensiones hasta ahora no trabajadas.
Aborda igualmente la fotografía, no solo como inspiración, sino como cuadrante de líneas y sombras plásticas sinuosas.