José Pérez de Lanciego Eguiluz y Mirafuentes

en la real capilla, cargo que ocupó por catorce años, y fue calificador de la Suprema Inquisición en Madrid.

Durante su arzobispado se dedicó a hacer observar las decisiones de los concilios Tridentino y Mexicano por parte del clero.

Realizó visitas a los pueblos más remotos del arzobispado de México pasando por Cuernavaca y llegando hasta Acapulco.

Con esta reforma se intentó quitar el poder delegado a las órdenes religiosas en el gobierno de los Austrias.

Lanciego cumplió e insistió en la necesidad de cambiar el orden eclesiástico existente por uno que satisficiera a la nueva monarquía.

Lanciego siempre apoyó sin reservas al alto clero, promovió un sínodo provincial que buscaba lograr la secularización de las doctrinas y aumentó las exigencias para las ordenaciones sacerdotales.

"[...] hemos visto por nuestros ojos con grande dolor […] que muchos adultos y aun casados no saben persignarse, ya por su rudeza, ya por la poca frecuencia que los curas y ministros tienen con los fieles para instruirlos en la doctrina cristiana [...]"[1]​ El prelado fue muy insistente en reafirmar el aparato judicial en el ámbito local mediante los jueces.

Una consecuencia importante del subsidio fue la movilización de funcionarios, jueces eclesiásticos y curas para intentar llevar a buen término el cometido.

Lanciego envió instrucciones a 91 jueces diocesanos para que actuaran como subdelegados y colectores de subsidio.

Así si los frailes llegaran a ejercer algún tipo de jurisdicción en el futuro, sería solo la que la mitra les permitiera.

Expresando claramente la supremacía de la justicia ordinaria por sobre la del doctrinero y el alcalde mayor al estipular que los mayordomos deberían dar cuentas ante el juez eclesiástico.

Se insistió fuertemente en que toda participación de los frailes en las cofradías debía someterse a la comisión del ordinario.

En la segunda mitad del siglo XVII se percibió una relajación en los estándares morales de las órdenes sacerdotales en España y sus dominios americanos.

[6]​ Al iniciar su arzobispado, Lanciego encontró varios grupos de clérigos y letrados ansiosos por conseguir una posición en la curia.

José Pérez de Lanciego Eguiluz y Mirafuentes (1871).