Una vez que accedió al cargo, José Español no se movió de Haro hasta su muerte, ocurrida en 1758.
El hecho de no ser clérigo, además, cortaba su ascenso a las catedrales más importantes.
La obra debía ser de importancia, ya que su coste se fijó en 400 ducados.
Incumpliendo el contrato, en febrero de 1740 Balzategui aún no la había concluido.
Como Balzategui seguía sin venir (dando “excusas frívolas”, según el Cabildo), se decidió el 27 de febrero de 1740 dar todo el poder del Cabildo al organista José Español para que hiciese todo lo necesario hasta conseguir que Balzategui viniese y acabara de una vez la obra del órgano.
Por otra parte, se desconoce exactamente en qué consistió la intervención de Balzategui.
En 1756 otro organero, Santiago de Ardoica, recibió 660 reales por “componer el órgano”.
Es curioso que entre estas obligaciones no se haga ninguna referencia a la de componer obras nuevas, algo normal en las listas de obligaciones que se hallan presentes en otras iglesias.
Le sucedió Domingo Fernández de Carrillo, que ocupó el cargo hasta su jubilación, ocurrida en 1794.