Trabajó para varios arrendatarios hasta que uno de ellos, James Laidlaw, al ver que se esforzaba en mejorar su situación, le ofreció ayuda poniendo a su disposición periódicos y algunos libros de teología, y luego su propia librería y la biblioteca de préstamo local.
Hogg usó estas obras principalmente para aprender a leer y escribir, objetivo que alcanzó a los catorce años, y luego usó sus conocimientos para componer canciones para las chicas en el valle de Yarrow.
[2] Estuvo diez años con este amo, al que consideraba ya más un padre que un jefe, e incluso entabló amistad con su hijo, William Laidlaw, escritor y amanuense de Walter Scott.
Hoy en día, la poesía y los ensayos de Hogg no son tan leídos como en su época.
La novela en sí misma vale también por su estructura literaria particularmente moderna: se presenta como la yuxtaposición del relato del editor y de la confesión del asesino, pero ambos discursos presentan dos versiones contradictorias de la misma historia, y el autor se incluye a sí mismo como personaje secundario.