[1] Durante este periodo, se dio una fuerte tradición local del trabajo, que fue independiente de influencias externas, aun cuando algunas reflejan rasgos foráneos (olmecas, mayas, cultura San Agustín).
El jade, junto con el oro, se han considerado las dos materias primas más valiosas de la arqueología americana.
[2] Las sociedades precolombinas en general apreciaron los objetos elaborados en jade y otras piedras verdes como indicadores de poder.
También se utilizaron como ofrendas funerarias y como seña de identificación entre distintos clanes.
[2] Es probable que la presencia de tantos artefactos olmecas hallados en territorio costarricense sean producto del intercambio entre las sociedades autóctonas y culturas intermediarias más que por el contacto directo entre los indígenas locales y los olmecas.
En los jades mayas hallados en Costa Rica es posible observar glifos cuyo significado está estrechamente relacionado con propósitos rituales.
Las placas de jade eran instrumentos que permitieron establecer el poder cósmico del rey, justificando a la vez su autoridad.
[5] Los mexicas dieron al jade gran valor, considerándolo más valioso que el oro.
[4] En el actual territorio de Costa Rica se han establecido tres regiones arqueológicas, basándose en criterios geográficos y culturales.
[7] Debido a esto, no ha sido posible encontrar fuentes de jadeíta, considerada el jade verdadero.
En el caso particular de la jadeíta, es más probable que esta haya sido introducida desde áreas foráneas, principalmente desde el valle del río Motagua en Guatemala.
[2] En general, las piezas escogidas eran sometidas a un fuerte desgaste utilizando piedras grandes, planas y ricas en sílice, usando el agua de los ríos como agente abrasivo, para darle forma de hacha.
A estas figuras se les conoce como “herencias”, pues una de las mitades era depositada en las tumbas como ofrenda funeraria, y la otra mitad era conservada por los deudos.