La inmigración japonesa en Brasil comenzó a inicios del siglo XX, como un acuerdo entre el gobierno japonés y el brasileño, pues Japón vivía desde fines del siglo XIX una crisis demográfica, mientras Brasil necesitaba mano de obra para los trabajos en los cafetales.
Al comenzar la Primera Guerra Mundial (1914), se intensificó la inmigración: entre 1917 y 1940, llegaron 164 mil japoneses a Brasil.
Otros fueron a trabajar en la explotación del caucho en Amazonia, o en Pará, en las plantaciones de pimienta que ellos mismos habían traído.
El inmigrante japonés era visto con cierta desconfianza por parte del gobierno brasileño, que tenía preferencia por los europeos.
Los primeros grupos de japoneses se encontraron en Brasil con una cultura muy diferente, con hábitos alimentarios, religión, clima, ropas y paisajes muy distintos a los suyos.
El gobierno y los hacendados hacían lo posible por impedírselo, obligándolos a cumplir sus contratos en las labores de café.
Estos no trabajarían solamente en el cultivo del café, sino que desarrollarían las plantaciones de frutilla, té y arroz en Brasil.
En la década de 1930, Brasil ya abrigaba la mayor población japonesa fuera del archipiélago.
Sin embargo, Brasil le había declarado la guerra a Japón y la inmigración fue prohibida.
El presidente Getúlio Vargas prohibió el uso de la lengua japonesa en territorio brasileño, y cualquier manifestación que simbolizase la cultura nipona era considerada ilegal.
Los inmigrantes japoneses y sus hijos nacidos en Brasil permanecieron en una comunidad cerrada durante algunas décadas.