Horacio de Eguía

Al salir de la escuela pasaba por delante del taller del escultor y profesor de bellas artes, Enrique Amurrio, donde se quedaba extasiado por las obras que allí se creaban.

Su profesor, al percibir la gran afición y buenas aptitudes del joven Horacio, recomendó a su padre que le permitiera entrar en el taller del famoso José Olavaria, en Bilbao, continuando con sus clases nocturnas.

Ahí fue donde trabó amistad con un herido de guerra que era el hijo del notario del pequeño pueblo balear de San Juan, una persona que desempeñó un papel clave en su vida cuando el conflicto bélico cesó.

Un dossier de esta obra llegó al pontífice Pio XII, que lo alabó enormemente llegando a conceder una pequeña reliquia para que se guardara junto a la estatua.

Ésta siempre había sido representada como monja, pero Horacio, de forma novedosa, la hizo como una niña, lo que conectaba mucho más con la imagen popular transmitida en canciones y leyendas.

En esos momentos, el hijo del escultor estaba enfermo, lo que, junto a la emoción de haber sido depositario de tal confianza, le llevó a prometer que esa sería su mejor obra.

Le gustaba mucho viajar a Mallorca para «invertir unos ahorrillos», como decía él, comprando diversas fincas y hoteles.

Con la llegada del turismo a la isla, se dispara también su producción de figuras profanas para decorar hoteles, monumentos para diferentes ayuntamientos, etc. Su popularidad le llevó a participar en numerosos actos sociales, como fiestas y concursos de todo tipo.

En su diversa obra hay gran abundancia de tema religioso, visto bajo una perspectiva postconciliar, que requiere un nuevo tratamiento y alejarse de imágenes sombrías, atormentadas y tristes.

Monumento a Ramon Llull, en Palma
Busto del Archiduque Luís Salvador en los jardines del ayuntamiento de Valldemosa , hecho por Horacio de Eguía
La espigolera, monumento a Maria Antònia Salvà , ubicado en Lluchmayor
Monumento a fray Junípero Serra, en la plaza de San Francisco de Asís de La Habana