Hipótesis de Sapir-Whorf

En rigor, Sapir escribió más en contra que a favor del determinismo lingüístico.

Su discípulo Benjamin Lee Whorf llegó a ser considerado el principal defensor de la idea debido a que publicó sus observaciones sobre la forma en que, en su opinión, las diferencias lingüísticas influían en la cognición y el comportamiento humano.

Fue otro de los discípulos de Whorf, Harry Hoijer, quien acuñó la expresión, aunque aquellos a los que se les atribuía el concepto jamás plantearon ninguna hipótesis tal y ni siquiera tienen ninguna publicación firmada conjuntamente.

De ahí que la expresión "hipótesis Sapir-Whorf" se considere un nombre poco afortunado.

Aunque a principios de los años 90 la relatividad lingüística se había dado por muerta, posteriormente una escuela de lingüistas especializados en el tema examinó qué efectos tiene sobre la cognición el que haya diferencias en la categorización lingüística, y en contextos experimentales han visto que la versión no determinista de la hipótesis sale muy favorecida por los resultados.

Julia Penn, en su libro Linguistic Relativity versus Innate Ideas, The Origins of the Sapir-Whorf Hypothesis in German Thought, remonta los cimientos teóricos de esta hipótesis al trabajo del pensador pietista alemán Johann Georg Hamann (1730-1788), elaborando luego una línea evolutiva para esta corriente interpretativa del lenguaje que incluiría a Johann Gottfried Herder (1744-1803), Wilhelm von Humboldt (1767-1835) y Jan Baudouin de Courtenay (1845-1929), mientras que Franz Boas (1858-1942) y Edward Sapir (1884-1935) se apartarían en una rama diferente del árbol evolutivo de la corriente.

Boas fue educado en Alemania a finales del siglo XIX durante la época en la que científicos como Ernst Mach y Ludwig Boltzmann estaban tratando de entender la fisiología de la sensación.

Whorf le dio todavía más precisión a esta idea al examinar los mecanismos gramaticales particulares mediante los cuales el pensamiento influía en el lenguaje.

Existen hechos que parecen difícilmente compatibles con la hipótesis de Sapir-Whorf fuerte.

[5]​ Sin embargo, la cuestión parece diferente cuando consideramos la hipótesis de Sapir-Whorf débil'.

Ciertos experimentos han mostrado que las memorias visuales de las personas tienden a distorsionarse con el tiempo, de modo que los recuerdos visuales terminan pareciéndose cada vez más a las categorías lingüísticas comúnmente usadas por dichas personas.

La psicóloga y cognitivista, Lera Boroditsky también ha trabajado en estudios comparativos entre el inglés y el chino mandarín, y ha mostrado que los hablantes de cada una de estas concibe el tiempo de una manera distinta: mientras que el inglés asocia el transcurso del tiempo con un movimiento horizontal, el chino lo asocia a uno vertical.

En otro exprimento detallado por John Lyons, se mostró, por ejemplo, que los hablantes monolingües de zuñi, una lengua amerindia hablada en Nuevo México, cuyo vocabulario no diferencia entre «naranja» y «amarillo», experimentaban mayor dificultad que los zuñi que también sabían inglés o los que solo hablaban inglés a la hora de reconocer después de cierto tiempo objetos de un color fácilmente codificable y expresable en inglés, pero no en lengua zuñi o zuni.

En relación con los experimentos con colores ha habido una larga polémica que comenzó con el universalismo sobre los términos de color que comportaban los resultados de los experimentos llevados a cabo por Berlin y Kay.

Estos experimentos confirman la existencia de universales lingüísticos en cuanto a los términos para nombrar los colores básicos.

Según defiende, el pensamiento funcionaría de manera análoga a una máquina de Turing, y por tanto resulta absurdo considerar que este esté condicionado por una lengua particular —como tampoco podría estarlo la fisiología—, por lo que el lenguaje no podría influir nunca en el pensamiento.