El pasaporte que llevaba cuando entró en España en 1930 iba a nombre de Yefin Granowdiski.
Sin embargo, sus colaboradores, excepto los más íntimos, ignoraban estos hechos, pues "Quiñones" hablaba el castellano con modismos asturianos que no dejaban lugar a dudas sobre donde había nacido.
Desconociendo las nuevas directrices acordadas por éste en el otoño de 1939 tras la firma del pacto germano-soviético, el comité, que pasó a llamarse «buró político central» —y al que se incorporaron tres miembros más: Calixto Pérez Doñoro, Luciano Sadaba Urquía y Jesús Bayón— decidió continuar con la política de «unión nacional» establecida por el pleno del PCE en mayo de 1938 que consistía en atraer al campo republicano a los monárquicos y conservadores descontentos con el predominio de la Falange y de las potencias fascistas en el bando sublevado.
Todos los miembros de la dirección interior capturados fueron condenados a muerte y fusilados, así como todos los miembros del «grupo de Lisboa», excepto Eduardo Castro que moriría en la cárcel en 1947.
Otro médico escribió en su informe que no podía «precisar las causas originarias por ser múltiples y variadas [en] su etiología».
En su consejo de guerra reconoció orgulloso ser el máximo dirigente del PCE en el interior y sus últimas palabras antes de ser fusilado fueron «Viva la Internacional Comunista».
Sí lo tenían, por el contrario, Lobo y María del Carmen García, los dos emisarios...
Según la información dada años más tarde por el único superviviente del equipo, Eduardo Castro, a un compañero de celda, el enlace del PCE, un gallego apellidado Traseira, o Teseira, que actuaba en Lisboa bajo el alias de "Manuel Piñeiro", había sido descubierto por la policía portuguesa.
[9] A esta gravísima acusación se sumó la de «trosquista» —el peor calificativo que podía recibir un comunista en los tiempos de la ortodoxia estalinista— por no haber seguido la «política correcta» acordada por el partido, aunque no fue hasta siete años después cuando la dirección del PCE acuñó el término «quiñonismo» y lanzó durísimos e infames ataques contra Quiñones y sus colaboradores.
[10] En 1986, la nueva dirección del PCE, liderada por Gerardo Iglesias, que había sucedido a Santiago Carrillo y era, por tanto, ajena al estalinismo, rehabilitó a varios antiguos militantes, como Comorera, Monzón o Quiñones, difamados hasta entonces como traidores y agentes del franquismo.