Héctor Gallego

La versión oficial dice que los restos no eran del cura Gallego, sino de Heliodoro Portugal, otro desaparecido durante la dictadura.

Recibió enseñanza filosófica en Santa Rosa, Antioquia y por último ingresó al Seminario Mayor Arquidiocesano de Medellín (1963-1965), regentado por el Padre Ignacio Restrepo Uribe, ya que desde pequeño mostró su inclinación al sacerdocio.

En ese tiempo ya existían 30 comunidades de base que había organizado el padre Alejando Vásquez Pinto, quién era el sacerdote encargado del área de Santa Fe, y su guía cuando éste realizaba su práctica pastoral.

Colaboró con el padre Alejandro Vásquez Pinto en Santa Fe y con las monjas franciscanas.

Había pocas familias ricas unidas por lazos de parentesco que desarrollaban ampliamente su economía en esta zona.

[2]​ En el verano del año 1968 es nombrado párroco del distrito de Santa Fe por Monseñor McGrath; constituyéndose así la Parroquia de Santa Fe, siendo el padre Héctor Gallego, su primer párroco.

El Plan Veraguas consistía en crear las condiciones para romper los círculos viciosos del atraso.

Los terratenientes santafereños por el contrario, no querían comprometerse a nada que les exigiera un cambio de conducta.

Con estas personas trabajó en los campos, durmió en sus chozas, compartió sus preocupaciones y al fin llegó a ser como uno de ellos.

Gallego atendía once centros campesinos organizados; se edificó una casa comunal en Santa Fe, se crearon las cooperativas de servicios múltiples, llamadas "Esperanza de los Campesinos" , pero los terratenientes los atacaron y amenazaron; entre ellos, Álvaro Vernaza Herrera, quien enfrentó el Plan Veraguas, la reforma agraria y otros proyectos socioeconómicos del gobierno y la Iglesia católica en la región.

Héctor Gallego fue acusado, entre otras cosas, de ser "comunista y terrorista".

A esta situación se sumó la oposición armada al gobierno militar por parte de guerrillas del panameñismo y algunos grupos de la izquierda, con focos en las ciudades terminales, Coclé y Chiriquí.

Las relaciones con la Iglesia católica eran tensas, y algunos sacerdotes, entre ellos Carlos Pérez Herrera, fueron encarcelados por su participación en los movimientos sociales.

Tomás Alberto Clavel Méndez, entonces Arzobispo de Panamá, atacó al nuevo régimen.

Después del golpe militar, las comunidades campesinas comenzaron a vivir un período de terror.

Además, la producción de los campesinos en las tierras comunales era acaparada por los terratenientes, quienes les compraban los productos a precios irrisorios para que en épocas de escasa producción poder vendérselas a precios sumamente altos.

Los terratenientes seriamente perjudicados con esto, culparon del asunto al párroco sacerdote colombiano.

No obstante fue puesto en libertad porque se comprobó que todas las acusaciones eran calumnias.

Meses después, Vernaza fue nombrado administrador del Instituto Nacional de Agricultura (INA) en Divisa.

La Guardia Nacional detuvo a varios universitarios para comprobar que no fueran guerrilleros.

Sus declaraciones alarmaron enormemente a los dirigentes de la dictadura, quienes giraron instrucciones para desmembrar la cooperativa.

Urgía a los militares acallar, sin demora, al sacerdote, la que movía voluntades hacia la consecución de una patria en donde resplandeciera la verdad y la justicia; era un imperativo de los militares eliminar al hombre que representaba una bandera contra el atropello y despojo cometido por personajes del régimen y por los terratenientes satafereños que siempre habían explotado a los campesinos.

Una hora más tarde, tres sujetos llegaron en un vehículo jeep Toyota Land Cruiser color verde, con la capota blanca, tocaron la puerta de la casa del campesino; quien abrió la puerta fue Héctor Gallego.

Héctor Gallego tenía pleno conocimiento que su vida corría peligro, ya que su movimiento social en Santa Fe, de Veraguas, había causado molestias entre los terratenientes y la cúpula del régimen militar.

La versión oficial dice que los restos no eran del cura Gallego, sino de Heliodoro Portugal, otro desaparecido durante la dictadura.

El 23 de junio de 1992, el sargento Melbourne Walker, que ya había sido condenado por la desaparición de Gallego, entrega una carta al padre Fernando Guardia, con quien ya mantenía conversaciones, en la que confesaba haber investigado sobre Héctor Gallego, mas negaba tener algo que ver con su desaparición.

El arzobispo de Panamá, José Domingo Ulloa, se refirió al tema:[11]​