En el país andino permaneció hasta 1978, enseñando literatura, trabajando como capellán de una escuela local.
Editó un diario académico sobre San Agustín y continuó publicando tanto poesía como ficción.
La revista Midwest Book Review elogió el libro como una «hermosa síntesis de poesía, filosofía, espiritualidad e inspección psicológica que está bien ilustrada, especialmente recomendada para lectores de poesía que buscan un viaje desde la inspección individual a la verdad espiritual universal».
[2] El poeta laureado [3] Thomas R. Caffrey ha elogiado la última obra del padre Centina: «En su verso rítmico, el guionista toca un acorde que resuena en todos nosotros, y transforma las palabras mecánicas en una canción vibrante, y nuestra inmovilidad, en acción.
A día de hoy, la ciencia del cerebro ha descubierto lo que los salmistas, poetas y músicos antiguos solo podían saber por intuición: que la música, la melodía o el verso nos estimulan al movimiento y a la emoción.
Ya sea en el dolor o en la alegría, nuestras oraciones se convierten en un oasis verde y fructífero».
[14] Según ABC (periódico), «su gran cuerpo de trabajo le asegura un lugar sólido en la literatura filipina en inglés y español, así como en la poesía católica.