Los primeros datos de los gigantes en Madrid corresponden a las procesiones del Corpus, en la Baja Edad Media.
Por ello acudieron a los artistas falleros de Valencia, incluyendo Regino Mas, quien construyó los ocho gigantes y seis cabezudos que fueron encargados por el Ayuntamiento de Madrid.
Esta fue la última obra del fallero, y es una de sus pocas obras conservadas, junto con los Ninots indultados que aún se pueden visitar en Valencia.
En la década de los ochenta, la familia aumentó pero luego fue entrando en una pronunciada decadencia.
Los primeros seis gigantes (El Julián, la Maripepa, Alfonso VI, La Latina, El Alcalde de Móstoles y Manolita Malasaña) fueron creados por Regino Mas.
Para que los gigantes puedan bailar se necesita la participación de dos personas (giganteros) por figura, que van rotando, un baile cada uno, hasta el final de las actuaciones.
Siendo mujer alcanzó la fama de humanista en la misma ciudad universitaria que la vio nacer, Salamanca.
En una época en la que una mujer decente era educada en la ignorancia, tan sólo con 18 años fue camarista de la reina Isabel, y tanto estudió e hizo estudiar a la corte, que pocas dudas albergó la Reina cuando Colón planteó que la bola del mundo era bola y por ello se podía ir de Oriente a Occidente por un camino más corto que el de Marco Polo.
Andrés Torrejón, de oficio labrador y alcalde por accidente, se encontró en el difícil trance de tener que declarar la guerra a Napoleón: “…Procedamos, pues, a tomar las activas providencias para escarmentar tanta perfidia, acudiendo al socorro de Madrid y demás pueblos y levantándonos, pues no hay fuerzas que prevalezcan contra quien es leal y valiente…” Firmado el bando por el alcalde, partieron los correos en todas direcciones.
Manolita Malasaña lleva un arma: sus tijeras de modistilla; eso le costó la vida.
Destaca el picador, que aparte del cabezudo tiene un caballo de gran valor artístico y que le dota de gran espectacularidad.
Tuvo su vida al igual que su taberna dos puertas: las dos de entrada y las dos de salida; la principal, la del caballero refinado, daba a la calle Tudescos, mientras que el bandolero urbano, audaz e ingenioso se escamoteaba por la de atrás.
Y todo esto adornado con amoríos y deseos apasionados, que los hubo, pues si hay algo que en la memoria popular perdura es la coplilla a él dedicada: “Debajo de la capa de Luis Candelas, mi corazón amante vuela que vuela”.
Facunda Conde Marín era de esos “tipos populares” conmovedores por su ingenuidad y casto semidelirio.
Rebozado el rostro en polvos de arroz, siempre elegante y bien compuesta.
"Regino Mas, historia de una época"; editorial Albatros año 1999; ISBN 84-7274-237-7