Se hizo acompañar por guías nativos de distintos pueblos, gracias a la amistad con varios caciques; entre otros sitios, inspeccionó el lugar sagrado llamado Yamnago.
Cuando no viajaba, Claraz se ocupaba de sus ovejas, vacas y caballos.
Aunque poseía bastante ganado, vivía modestamente a la manera de los gauchos, en una casita de adobe y dedicaba su tiempo a pasar en limpio sus notas.
En 1870, encontrándose en Bahía Blanca, asistió al malón de Calfucurá, en represalia por un ataque del Ejército a toldos indígenas.
Recibió en su casa de Lugano al perito Moreno.