Amaba a toda la gente, en especial, a los disminuidos; el pueblo correspondió a este amor estimándolo como benefactor y venerándolo como santo: "Calma y vigor comunicaban al espíritu la frente ancha y pensadora, sombreada de tristeza, jamás coloreada de impaciencia; la mirada de inalterable dulzura; el acento que parecía implorar, aun cuando mandaba", recuerda el presidente boliviano Mariano Baptista.La vocación religiosa fue tan temprana que a los cuatro años ya quería ser sacerdote católico.[2] El tirano y caudillo bárbaro Mariano Melgarejo —aquella suerte de "bestia borracha"[3]— sentía hacia el religioso un temor reverencial y a pesar de no comulgar con sus ideas, ni seguir sus doctrinas, no se opuso a su nombramiento.Así, los pobres e indígenas absorbían sus atenciones y desvelos, prodigados sin tasa ni medida.[5] Tras su fallecimiento, la gente lloraba y colocada en líneas interminables, le rindió su último tributo, desfilando por varios días frente a su catafalco.Es un poeta de corte neoclásico y, cuando trata asuntos religiosos, su poesía alcanza cimas difícilmente superables.