Francisco María del Granado

Amaba a toda la gente, en especial, a los disminuidos; el pueblo correspondió a este amor estimándolo como benefactor y venerándolo como santo: "Calma y vigor comunicaban al espíritu la frente ancha y pensadora, sombreada de tristeza, jamás coloreada de impaciencia; la mirada de inalterable dulzura; el acento que parecía implorar, aun cuando mandaba", recuerda el presidente boliviano Mariano Baptista.La vocación religiosa fue tan temprana que a los cuatro años ya quería ser sacerdote católico.[2]​ El tirano y caudillo bárbaro Mariano Melgarejo —aquella suerte de "bestia borracha"[3]​— sentía hacia el religioso un temor reverencial y a pesar de no comulgar con sus ideas, ni seguir sus doctrinas, no se opuso a su nombramiento.Así, los pobres e indígenas absorbían sus atenciones y desvelos, prodigados sin tasa ni medida.[5]​ Tras su fallecimiento, la gente lloraba y colocada en líneas interminables, le rindió su último tributo, desfilando por varios días frente a su catafalco.Es un poeta de corte neoclásico y, cuando trata asuntos religiosos, su poesía alcanza cimas difícilmente superables.
"Monumento al santo", obra del artista Pietro Piraino, sobre su pedestal en la plaza del Granado