Con su llegada acercó al virreinato las modas europeas: el lujo en los vestidos, en los muebles o en la vajilla.
Llegó con el angustioso encargo de enviar dinero a España, pues la Guerra de Sucesión Española frente al archiduque Carlos estaba dejando las arcas vacías.
Comenzó confiscando los bienes, comercios y cuentas de muchos ingleses y holandeses (con los que los españoles estaban en guerra), y también de los comerciantes portugueses, motivado por el monopolio que estos últimos tenían del comercio en México, a lo que se sumaba su condición de judíos; además de en Veracruz, hizo lo mismo en Nuevo México y en Luisiana.
Acusó a la Iglesia católica de sus grandes fortunas, escribiendo al rey que «Todos los caudales se concentran en el estado eclesiástico».
Además, acusó a las órdenes religiosas de ser muy criollas y de fomentar el criollismo; le preocupó la pugna entre criollos y españoles, y él mismo se consideraba públicamente anti-criollo, y llegó a decirle en una ocasión al rey que «La innata enemistad que los criollos tienen a los de Europa, sin que puedan disimular su antipatía».