Fortinera

[1]​ Junto a la india, la gaucha y la cautiva fueron las mujeres prototípicas que habitaron el «desierto pampeano del siglo XIX».

Era un apelativo que conjugaba sus características geográficas y la ausencia o escasa población «civilizada», según el pensar de esa época.

Cada una al lado de su hombre, sea criollo o indígena, simple gaucho o soldado, por voluntad u obligada, contribuirían a conformar los primeros centros urbanos e incorporar esa tierra, por siglos considerada botín de guerra, a la nueva patria que se estaba construyendo.

Otras veces las avanzadas sobre los toldos encontraban solo mujeres y niños, ya que los hombres diestros jinetes lograban escapar ante la entrada del huinca.

Esta situación hizo que se le diera a elegir a las chinas unirse en cristiano matrimonio con los gaucho-soldados que llegaban, para evitar quedar como prisioneras, y así lo representó el escultor Lucio Morales Correa, en su "Cautiva al revés".

Eran sí, mujeres humildes, en su mayoría indias, negras, pardas y mestizas, pocas fueron las blancas, obvio de baja extracción social, analfabetas, no educadas, pero siempre respetadas.

Aunque en su paso al cuartel aquellas mujeres perdieron sus nombres originales, todas terminaron llevando sus apodos, como “La Siete ojos”, “La Mamboretà”, “La pocas pilchas”, “La Pasto Verde”, y “La Mamá Carmen” entre otras muchas.

En todas estas escenas han quedado inmortalizadas también las mujeres, casi siempre acompañando, con mate en mano.

Hoy, a la vera de la ruta 22 se puede ingresar al Parque Temático que reproduce aquella posta.

Retomando la obra de Lilí Muñoz en la Escena II: frente a un espejo, las cuarteleras representan acciones femeninas como coser, peinarse, dar de mamar, preparar la comida; se prueban ropa, pero también limpian armas, curan heridos, forman fila, presentan armas y como vínculo entre ambos tipos de acciones hacen el amor en el suelo.

En La Pasto Verde encontramos la alegoría del amor y del renunciamiento, ya que ella ama a Campos, el soldado al que siguió pero permanece en la Aguada, no lo sigue a cordillerear, cuando éste supuestamente deserta.

La Pasto Verde muestra ternura por los chivitos huachos a los que amamanta con mamadera, y con los soldados que requerían cuidados o consuelo y fiereza ante la pretendida imposición machista; ama la vida pero se deja morir: ¡Me despedacé sola!

Lilí Muñoz al darle la voz a una cuartelera escribe una página de la negada historia de todas estas mujeres, reencarnadas amazonas, Polas, Juanas, Adelitas, Maruchas, Carminchas, una larga tropa femenina, que a la vanguardia o retaguardia, daba lo mismo, entregaban sus vidas, sus sueños, su rebeldías.

Los viejos fortines se convirtieron en incipientes poblados y futuras ciudades, donde habitaron algunas viejas familias veteranas de las guerras contra el indio, entremezclándose con los nuevos inmigrantes que venían sedientos de cultivar nuestra tierra.

Claro que siguió acompañando al hombre, pero en papeles más convencionales para mi gusto, más ajustados a la mentalidad cristiano-occidental que venera a la mujer, en tanto madre y esposa.

Tumba donde descansan los restos de la Pasto Verde.
Mangrullo similar a los levantados en los fortines. Pasto Verde; Plaza Huincul.