Fernando Barral

[nota 2]​ Siguiendo la versión histórica del relato autobiográfico, el 14 de marzo de 1939, con apenas once años, Fernando Barral y su madre salieron del puerto de Alicante, camino del exilio, en el barco carguero «African Trader» que les llevó a Orán donde permanecieron en penosas condiciones varios meses, hasta que Elvira Arranz consiguió que su hermano, residente en Argentina desde 1928, la reclamase.

Gracias a un visado de turista para quince días pudieron entrar e instalarse en la casa que Fernando Arranz, como director de la Escuela Provincial de Cerámica, habitaba en el recinto del parque Sarmiento; allí vivió el joven Barral hasta 1942, en que el ceramista se trasladó a Buenos Aires, dejando la casita del parque a Alberto Barral que hacía poco había conseguido entrar en Argentina tras muchas peripecias.

En la capital argentina, Fernando tuvo una adolescencia tranquila hasta 1944 en que regresó a Córdoba e inició sus estudios universitarios de Medicina.

Informa Fernando en su autobiografía[1]​[2]​ que en esa época ingresó en la Federación Juvenil Comunista, circunstancia que en cuarto año de la carrera le facilitó conseguir un trabajo en el departamento de propaganda del Partido Comunista Argentino.

Y se casó con Isabel Dubecz, viviendo los tres en dos habitaciones de un piso que compartían con otra familia española.

A través de Judith Weiner, traductora también y amiga del círculo americano, entró en contacto con el profesor László Gáldi, con quien colaboró, junto a Judit Weinerné Vajda, para componer un diccionario húngaro-español y español-húngaro.

En diciembre de 1960, Judith Weiner, le dio una carta escrita con letra menuda, pero perfectamente legible.

Con su ayuda, pues no poseía pasaporte, pudo viajar a Cuba, donde trabajó como médico e investigador social.

Pasó luego al Ministerio del Interior (1963-1966) como psiquiatra de los Servicios Médicos, alternando en principio su actividad con su trabajo en el Hospital y la Facultad.

En 1998, recuperada su nacionalidad española, visitó el país del que había salido con apenas 9 años, "como tantos otros niños de la guerra".