A menudo es confundido con un plagio, lo cual puede ser, pero no necesariamente.
Intenta presentarse como si fuera una obra de un autor reconocido, imitando su estilo y métodos, pero sin serlo realmente; su auténtico autor intenta permanecer en secreto y mantener el engaño.
Para tomar ventaja de la reputación de dicho autor, el falsificador crearía un trabajo literario perfectamente acorde con el estilo narrativo del autor.
Desde la mentalidad de la época, no se consideraba censurable falsificar diplomas, decretos pontificios, capitulares u otros documentos si con ello se contribuía a favorecer los intereses de iglesias, el clero o el emperador.
Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, en pleno auge del romanticismo, el historiador francés pone como ejemplos de falsificaciones literarias los poemas de Ossian, Thomas Chatterton, Villemarqué o los atribuidos a Clotilde de Surville.