Pero en Chile no había riqueza mineral, pero si muchos indígenas aunque poco dispuestos a ceder sus territorios.
Valdivia vendió todas sus riquezas y pidió ayuda financiera para embarcarse en la conquista de Chile.
El tercero envió a la ciudad de los Reyes (Lima) y que pasase por Guamanga (Ayacucho).
Los que se les unieran en Lima debían juntarse en el puerto del Callao.
De regreso al Cuzco sigue juntando gente, cuidando que había dos bandos (Pizarros y Almagros).
Esto le da derecho a disputar con Valdivia la propiedad del territorio chileno.
La larga columna va descendiendo por la agreste zona peruana, siguiendo la ruta trazada por el camino de los incas.
A medida que avanzan, distintas partidas de aventureros se les van uniendo.
La columna cruza el valle de Arequipa, baja por Moquegua y Tacna, hasta llegar a Tarapacá.
Los soldados han aumentado a veinte, al unirse los restos de una fracasada expedición contra los indios chunchos y chiriguanos.
Llegando a Tacna esperó el navío y al encargado que dejó en la ciudad de los Reyes.
Le informan que este se encuentra en el pueblo de Atacama, y con unos conspiradores se acerca cuchillo en mano hasta la tienda de Valdivia; pero éste ha salido a recorrer la zona, siendo descubierta la traición por la propia Inés.
Al entrar al vasto y temible Despoblado de Atacama, Valdivia dividió la expedición en cuatro grupos, que marcharon separados por una jornada, dando así tiempo a que las escasas fuentes de agua, agotadas por un grupo, pudiesen recuperarse mientras llegaba el siguiente.
Junto con señalarles la ruta, aquellos cadáveres confirmaban la fama del país donde la iniciativa de Valdivia los iba metiendo.
Tal vez afligido por el macabro paisaje, Juan Ruiz, uno que ya había estado en Chile con Almagro, se arrepintió de la aventura.
Decía en secreto a sus compañeros “que aquí no había de comer ni para treinta hombres, y andaba amotinando gente para volverse al Perú”.
Ni siquiera permitió confesar al insurrecto y le hizo ahorcar por traición, continuando la marcha.
Aunque es difícil dar crédito a este prodigio, al menos en los términos descritos por el cronista, desde entonces ese lugar se llama Aguada de Doña Inés (a unos 20 km al noreste de El Salvador).
Aún en medio del júbilo general, un detalle de esta ceremonia no pasó inadvertido para algunos.
En Copiapó llegarían a incorporarse una veintena más de españoles, y ya eran 131 los castellanos que anhelaban poblar el territorio chileno.