La experiencia de Enrique Arnal de aprender a montar a caballo y convivir con un cóndor llamado Miguel, adoptado como mascota por los mineros del lugar, originó en el pintor su notorio interés por los animales, los cuales representaría en numerosas piezas posteriormente.
[3] Posteriormente el padre del pintor, Luis Arnal Larraidy, fue trasladado a Oruro, ciudad donde Enrique Arnal continuó con un constante contacto con animales y productos agrarios, y en la que tuvo sus primeros contactos con los indígenas quechuas.
En 1945, con 13 años cumplidos, fue enviado a un internado inglés en Buenos Aires, Argentina: el St.
El artista describe que ahí vivió en un estado místico, durmiendo sin frasadas en un camastro de palos, con un hombre dedicado al sacrificio corporal.
Después Arnal se instaló en La Paz, ciudad que hizo su domicilio permanente y donde montó su primer taller.
Enrique Arnal participó en numerosas exposiciones individuales, entre otras, en La Paz, Bolivia, Buenos Aires, Asunción, Santiago de Chile, Washington D. C., Bogotá, Lima, París y Nueva York.
Puede notarse en su pintura una influencia picassiana, pero Arnal se enfoca a las temáticas nacionalistas, en ocasiones dotándola de una “sustancia poética andina”.
Sin embargo, algo que caracteriza a muchas de sus pinturas, es que esta cromaticidad oscura se acompaña con notorios destellos de color aplicados en zonas específicas: morado, amarillo, rojo o azul.
- Periodo figurativo (1970-2014): En estos años Arnal comenzó a explorar su gran predilección por los animales, especialmente cóndores, caballos, perros, toros, gallos y bisontes.
Estas pinturas representan lo humano y su figura, sin enfocarse en la identificación o la personificación a través de la cara, sino en la actitud del cuerpo: las posiciones, contorsiones, perspectivas, movimiento congelado en un segundo de actividad pausada.
El mismo artista establece: “la mujer siempre ha sido un símbolo de importancia vital para mi.” En estos desnudos los rostros tampoco se reconocen, y las representaciones se perciben como una fotografía tomada en movimiento con un resultado de un barrido borroso, que solo sugiere la figura pero no la otorga digerida al espectador.
Los fondos de estas pinturas también son neutros y lisos, con predilección por los tonos tierras.
[3] Mantienen su paleta cromática antes descrita: colores oscuros interrumpidos por tonos vivos y contrastantes.
[1] Rigoberto Villarroel Claure, Teorías estéticas y otros estudios, Bolivia, La Paz, Casa Municipal de la Cultura Franz Tamayo, 1976, p. 156.